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La Torre del Reloj desde la Rúa do Villar. Fotografía: Adolfo Enríquez |
E.G. Después de tres meses de obras, la Torre del Reloj de la Catedral de Santiago de Compostela está otra vez a la vista. Es una pena que los visitantes y peregrinos no hayan podido disfrutarla este verano, sobre todo porque no era el único elemento emblemático de la Catedral tapado (el Pórtico de la Gloria sigue bajo andamios). Pero es evidente que en Galicia este tipo de obras hay que realizarlas en verano.
Además de otros trabajos de conservación e impermeabilización, la Torre ha quedado de color granito claro, casi color arena;, y sin musgo, vegetación y aquellos grandes manchones oscuros que prácticamente impedían reconocer sus detalles. Incluso para los compostelanos es un placer disfrutarla así. Ahora se ven perfectamente los escudos y se perciben los relieves y ornamentos. Para muchos es casi, casi, una torre nueva.
Uno de los juegos que practicábamos los niños y estudiantes de Compostela era apostar a ver quién podía subir las escaleras de Platerías de dos en dos mirando hacia la torre. Los que aseguraban que sí perdían irremediablemente porque la escalinata tiene un número impar de peldaños. Pero todos la subíamos mirando hacia arriba para sorprendernos con la ilusión óptica que se produce: parece que la Berenguela, como también se la conoce, se nos viene encima.
La Berenguela se inició como torre de defensa y según algunos autores la terminó en el s.XIV el arzobispo Berenguel, de quien tomó su nombre popular. Después sufriría varias reformas, como su elevación, ya en el s. XVII, por Domingo de Andrade. Su actual reloj se construyó en Ferrol en 1831; y la campana, de 1729, es una de las mejores del mundo: pesa unos 600 Kg y tiene 8 m. de circunferencia, cifras muy aproximadas a la de la
Catedral de San Pablo de Londres.