Por Elena Goyanes
Hay muchos espacios en los que se pueden comprobar -y actualizar- los listados de albergues para peregrinos en todas las rutas a Santiago. En dichas relaciones se nos informa de los puntos kilométricos, número de camas, propiedad, coste, instalaciones y servicios de los albergues. Pero en prácticamente ninguna se nos informa de qué se espera de nosotros cuando llegamos a un albergue.
Por alguna razón, sin duda vinculada a la cada día mayor popularidad del Camino, muchos peregrinos llegan a los albergues convencidos de que hay una obligación para con ellos. Los caminantes llegan y pretenden instalarse como lo harían en un hotel o una pensión, esperando unos servicios concretos y exigiéndolos en caso de que no se cumplan sus perspectivas.
Olvidan que en el Camino nadie tiene obligación con nadie. Que todo lo que se nos da es regalado. Que la acogida al peregrino es una tradición centenaria con unas particularidades muy asentadas. Y que el sentirnos cómodos en un albergue nada debería tener que ver con el hecho de dormir o no en una cama; o tener que compartir ducha y cocina.
Las mejores noches en el Camino son aquellas en las que se duerme en el suelo de piedra de sacristías, en escuelas unitarias abandonadas, en polideportivos e incluso al raso. No hay mejor noche que aquella en la que se duerme en el suelo por haber cedido la litera a otro peregrino con dificultades. En esos casos uno se deja vencer por el sueño sabiendo que ha hecho lo correcto; y se despierta con la sensación de haber aportado algo a ese Camino que tanto y tanto nos ofrece.
La mayor parte de los peregrinos de hoy se levantan al amanecer y comienzan a caminar a oscuras, a veces con linternas, para apurar al máximo la etapa y garantizarse cama al final de la jornada. Otros muchos caminan como con orejeras, sin desviar ni la mirada, estresados por saber que delante camina otro grupo de peregrinos que también van corriendo el Camino para así poder elegir cama.
Lo que no saben esos peregrinos es que los demás los miramos con verdadera lástima. Lástima porque se pierden la belleza del paisaje, el placer de pararse a charlar con un vecino, la tranquilidad de relajarse unos minutos bajo una sombra para, simplemente, disfrutar del momento. Lástima porque sabemos que nunca se detendrán para ver una ermita, una iglesia o un castillo. Ni desde luego perderán tiempo en ningún pequeño pueblo tomándose un café. Ni para dormir la siesta al fresco. Ni para disfrutar de una buena merienda. Ni para dejarse sorprender por un paisaje inmenso.
El objetivo del Camino no es llegar al albergue al mediodía y esperar a que se distribuyan las camas. Tampoco lo es elaborar una programación rígida de viaje según la ubicación de los albergues más cómodos y modernos. Si lo hacemos así nos perderemos el Camino. La elección de los finales de etapa debería tener que ver más con el entorno, con el hecho de querer o no descansar en determinado lugar por su tradición jacobea; por nuestro interés en conocer a determinados personajes imprescindibles del Camino; o por no dejar atrás sin disfrutarlo ese lugar único y espectacular.
Por eso precisamente en Los Hitos del Camino nos hemos decidido a preparar una relación de albergues mágicos del Camino, esperamos que con la ayuda de todos. Albergues que no deberíamos perdernos por su acogida, tradición o ubicación. Poco a poco la iremos elaborando bajo la etiqueta de Albergues Mágicos, esperando que os sirva de ayuda.